jueves, 29 de enero de 2009

Pioneros de la Medicina Familiar




La creación de la primera unidad docente de Medicina Familiar en Chapela sentó las bases de la moderna Atención Primaria en los años ochenta.

Este nuevo modelo de asistencia sanitaria logró la erradicación de la fiebre Tifoidea en la comarca, generalizó las consultas médicas entre la población y fomentó la planificación sociosanitaria.


La movilización vecinal logró que se cediera al municipio de Redondela un viejo edificio expropiado por Autopistas del Atlántico para su reconversión en centro de salud.“La casita de la Pradera”, como la bautizaron los vecinos de Chapela, se convertía así en la primera unidad docente de Medicina Familiar y Comunitaria, un precedente de lo que hoy conocemos como Atención Primaria. El nuevo centro supuso toda una revolución para la tranquila vida de los lugareños, en una Galicia de la Transición que aún veía a los médicos como seres inaccesibles. Los protagonistas de aquella iniciativa recuerdan hoy, entre la nostalgia y el sabor agridulce del paso tiempo, una experiencia que significó romper las barreras que distanciaban a los profesionales sanitarios de la sociedad.

A principios de los años 80 el Instituto Nacional de Salud (INSALUD) proyectaba la creación de un centro docente para completar la formación de los facultativos en Medicina Familiar y Comunitaria, una especialidad de nueva implantación. A su vez, los vecinos de Chapela, sensibilizados sobre la necesidad de mejorar la asistencia sanitaria de la zona, habían iniciado una campaña de movilizaciones para lograr el traspaso al Ayuntamiento de una vivienda en estado de abandono, expropiada en 1978 para el trazado de la Autopista.

“Sin la presión popular habría sido imposible poner en marcha la Unidad, ya que la Administración no disponía de recursos suficientes para crear un nuevo edificio”, recuerda Francisco Puch, vicepresidente de la Asociación de Vecinos de Chapela. Unos años atrás este colectivo había protagonizado un enconado movimiento de resistencia contra el trazado de la autopista, ya que suponía la división territorial de la zona. Ahora volvían a unirse para pedir la creación del nuevo centro de salud.

En febrero de 1981 tras un prolongado e intenso proceso reivindicativo los vecinos lograban por fin su objetivo. “Trabajando conjuntamente con el Ayuntamiento se pudo conseguir la cesión de la casa, que actualmente ocupa el equipo de Medicina Familiar, que significa un nuevo enfoque de la asistencia sanitaria”, comenta el Boletín Informativo que editaba la asociación por aquellos años.

JUVENTUD E ILUSIÓN
El inmueble tenía muchas limitaciones, pero quedaban compensadas de sobra por el afán de superación de sus nuevos inquilinos, en su mayor parte recién salidos de la facultad. Al frente del nuevo centro de salud estaba un jovencísimo Manuel Martín, que empezó como médico general para asumir más adelante el cargo de Coordinador Docente. “Era una unidad pequeña, producto del voluntarismo y de las ganas de trabajar de los que estábamos allí, que teníamos menos de 30 años, y de la colaboración activa de la asociación de vecinos”, recuerda.

En Chapela se formaron los primeros facultativos de Familia, muchos de ellos, como el propio Martín, jugarían años más tarde un papel determinante en la creación de colectivos sanitarios especialmente reivindicativos y siempre muy críticos con la Administración, como la Plataforma Diez Minutos o la Asociación por la Defensa de la Sanidad Pública.

SANIDAD SOCIAL
A los pocos meses de su apertura la unidad ya marcaba la diferencia por su singular sistema de trabajo. El Centro de Chapela comenzó a organizar una amplia gama de actividades con el objetivo de llevar a los lugares menos privilegiados las ventajas y prestaciones de una sanidad moderna. Charlas informativas para educar a la población, revisiones escolares o campañas de vacunación periódicas, son algunas de las nuevas prácticas sanitarias a las que los vecinos de Chapela tendrían que acostumbrarse. Pero sobre todo, se promueve el desarrollo de programas de promoción y prevención de la salud para detectar los problemas y necesidades sanitarias del entorno. En el primero de estos diagnósticos se observó una incidencia muy importante de las fiebres de tifoideas.

El trabajo conjunto del equipo médico con la Asociación de Vecinos permitió realizar un estudio pormenorizado de los pozos de agua de la zona e identificar aquellos que estaban contaminados como factor causante de la enfermedad. “La asociación iba casa por casa a recoger el agua, la trasladábamos a la dirección provincial y allí la analizaban y se identificaba si estaba en buen estado”, explica Martín. Se trazó un plan para acabar con los pozos negros mediante la creación de fosas sépticas. En un folleto editado por la Asociación de Vecinos se daban las indicaciones básicas para su instalación. El problema desapareció en poco tiempo.

Otro hito para la época fue promover un servicio de extracción de sangre en Redondela, que permitía un seguimiento más riguroso y preciso de la salud de los pacientes. La inauguración de esta nueva dotación sanitaria, en octubre de 1984, fue todo un acontecimiento que contó con la presencia del entonces Ministro de Sanidad por el PSOE, Ernest Lluch.

Fueron algunos de los logros más importantes del nuevo modelo sanitario pero no los únicos. En colaboración con la asociación de vecinos y los padres de alumnos, el centro puso en marcha un programa educativo sobre salud bucal dirigido a los niños, en el que se aplicaban tratamientos de flúor.

En el centro de enseñanza se programaban con regularidad charlas educativas destinadas a padres, alumnos y profesores sobre diversos temas de salud y prevención. “No sólo nos preocupábamos de curar sino también de prevenir problemas importantes que detectábamos en la zona, y los vecinos veían los resultados”, señala Martín.

También se introdujeron modificaciones en la asistencia sanitaria, como el trabajo por programas específicos centrados en patologías concretas, que no tardó en extenderse al conjunto del sistema sanitario, el desarrollo de las historia clínicas, los ficheros de pacientes y la creación archivos sobre las cuestiones sanitarias que surgían en relación con el área de influencia.

DIVISIÓN
Ante las mejoras en su calidad de vida la mayoría de los vecinos se mostraban favorables a los cambios que trajo consigo la Medicina Familiar. “Estaban encantados, porque si antes sólo tenían un médico por unas horas ahora contaban con un equipo bien preparado siete horas al día”, sostiene el facultativo. Pero también había sectores discrepantes. Las nuevas formas de proceder, que basaban buena parte de su eficacia en reunir un importante volumen de información sobre los pacientes y el área sanitaria de influencia, eran entendidas por facultativos de la vieja guardia como “burocracia” y los programas experimentales como extravagancias sin verdadera utilidad.

En el caso concreto de Chapela resulta significativa la división que esta iniciativa creo entre los vecinos de la localidad, una división que, de hecho, tenía su origen en el trazado de la autopista. La cicatrices aún estaban abiertas y el nuevo centro de Salud generó problemas entre Chapela de abajo, que hasta la aparición de la unidad docente tenía el médico al lado de casa, y Chapela de arriba, donde ahora se centralizaban todos los servicios, lo que llevaba consigo la reubicación de los facultativos en el nuevo centro.

Fue precisamente este sector rebelde el que bautizó con cierta sorna el nuevo centro de salud como “La casita de la pradera”, una denominación que ha adquirido un carácter entrañable con los años, pero que entonces resultaba un tanto incómoda para los médicos residentes.

CONTRA LA DESAPARICIÓN
Las críticas unidas a la falta de implicación de algunos médicos de la zona habrían de poner en serios aprietos la supervivencia de la nueva unidad docente. Francisco Puch recuerda como la población tuvo que movilizarse en varias ocasiones para garantizar la continuidad del centro de salud.

En diciembre de 1982, cuando apenas había transcurrido un año desde su creación, los vecinos remitían una carta al subdirector provincial del Insalud en la que pedían la consolidación de Manuel Martín como coordinador docente, ya que la plaza que ocupaba no era definitiva. En el escrito expresaban su disconformidad con el nombramiento del nuevo doctor ante la negativa de este de continuar con la experiencia. “El cese de Manuel Martín podría haber significado el final de todo el proyecto, ya que el nuevo titular no era partidario de los cambios” señala Puch.

En 1987 los vecinos volvieron a recurrir a la Administración, esta vez para pedir la continuidad de la prórroga que permitía que el edificio de Chapela siguiera funcionando como unidad docente de Medicina Familiar, pues de no ser así temían por su desaparición. Finalmente los peligros se disiparon y el centro médico se consolidó como un referente sanitario para la comarca, incorporando cada vez más mejoras y novedosas iniciativas.

Pero la vida no se detiene y el avance de los tiempos hizo que el centro de Chapela quedara obsoleto. Al entrar en la nueva década la Administración decidió “la casita de la pradera” no reunía los recursos necesarios para el pleno desarrollo de la Medicina Familiar, por lo que en 1995 los servicios sanitarios se trasladaron al Centro de Salud de Sárdona. La vivienda de Chapela, ahora desocupada, se destinaría a sede de la Unión Vecinal que tanto había hecho por mejorar las prestaciones sanitarias de sus conciudadanos. Algunos años más tarde también incorporaría una oficina de Correos en su planta baja.

EL LEGADO
Los que fueron protagonistas de esta experiencia no quieren que se pierda su memoria y reivindican que se recupere el espíritu de aquellos tiempos, una época en la que se sentaron las bases de una sanidad más próxima a la sociedad, un legado que parece peligrar en los tiempos que corren. “Había mucha ilusión, muchas ganas. De todo lo que pretendíamos hace 23 años sólo se consiguieron algunas cosas, porque la voluntad política de las administraciones no acompañó al programa” explica Manuel Martín. Francisco Puch, desde su visión a pie de calle, se queja del actual distanciamiento entre los profesionales sanitarios y la sociedad, que nos remite a tiempos que parecían superados. “Ya no hay comisiones de salud, como antes, para discutir los problemas sanitarios de una zona con los vecinos y los ayuntamientos”, se lamenta.

Un nuevo centro de salud, más amplio y con mejores prestaciones sustituye ahora a la entrañable “casita de la pradera” que ha quedado como reliquia en la memoria colectiva. El legado que dejó la primera unidad de Medicina Familiar trasciende la escala local. Sus repercusiones se extienden a toda la red sanitaria de Galicia y hoy son muchos los centros de salud integrados en el programa docente que tuvo su singular punto de partida en la pequeña aldea de Chapela.

Texto: Jesús J. Blanco.
Foto: Cedida por Manuel Martín.

'Cinema Paradise' en Vilarmaior


La festividad de San José es el mejor día para hacer taquilla. Gentes de todas partes, vestidas de domingo, acuden al Vilarmaior, al lugar de A Feira do Tres. Vienen de parroquias como Miño, Bemantes, Callobre, Guimil, pero también podemos encontrar a algún coruñés rezagado. Después de curiosear por los puestos de venta, de comer pulpo, empanada y lacón, de algún que otro baile robado en la verbena, llega el momento que todos esperan. Y es que en el Cine Radio de Vilarmaior hoy tienen sesión continua.


Elsa Dopico recuerda con cariño el viejo cine de barrio, una idea que un veciño emigrado a América, Juan Varela, se trajo de esas tierras, junto con las remesas de dinero y los sinsabores de los muchos años de trabajo por países como Cuba, Argentina o Estados Unidos. “Quedó impresionado por el cine y desde entonces le andaba rondando la idea. En cuanto tuvo la oportunidad compró un terreno con seis socios para hacer el local”. Unos albañiles de Miño, conocidos como los Chiscos, fueron los encargados de construirlo. Con el edificio ya terminado sólo quedaba bautizarlo y cómo Juan Varela tenía una tienda de aparatos de radio no hizo falta darle muchas vueltas: Cine Radio. ¿No era ese el nombre que llevaban algunas de las salas internacionales más importantes? Por fin, en 1942 las puertas del Cine Radio se abrían al público y una pequeña revolución cultural empezaba a fraguarse en A Feira do Tres. Primero tímidamente, después casi como un ritual sagrado, el público empezó a frecuentar el séptimo arte.

Se forman largas colas frente a la taquilla. En días como hoy el aforo del local, más de cien plazas entre las butacas entre la planta baja y el gallinero, no llega a nada. Ya en el interior, las luces comienzan a bajar y el bullicio se transformaba primero en un murmullo, a continuación en susurro... José Seijas, encargado del aparato de proyección, hace girar la manivela, las imágenes comienzan a proyectarse sobre la pantalla y el silencio ya es total. La magia del celuloide esta en marcha...

Lo primeros años predominaban las películas españolas. Eran los tiempos de Jorge Negrete, Juanito Valderrama, Juanita Reina, Carmen Sevilla... Estas producciones fueron cediendo protagonismo a actores y actrices más internacionales, como la italiana Sofía Loren o nuestra Sara Montiel, que si bien era española de origen su proyección estelar la situaba al lado de los grandes de Hollywood. A lo largo de su historia hubo grandes taquillazos, como “Adiós Pampa Mía” o ‘Marcelino Pan y Vino’, también tenían mucho éxito las películas de Marisol. Pero el éxito más sonado fue ‘Lo que el Viento se llevó’. “Se proyectó hasta tres veces seguidas”, recuerda Elisa. Pero por encima de los éxitos están las preferencias personales. Esas historias que nos marca para siempre. Elsa quedó impresionada por una película de la que no recuerda el título pero el argumento le quedó grabado para siempre. “Aparecía una monja que había tenido una hija antes de coger los hábitos. Ella sabía que era su hija, pero la chica no conocía a su madre”. Un argumento algo subido de tono para aquellos tiempos, pero en A Feira do Tres el cura hacía la vista gorda. “Era casi de la familia y no se metía en nada. Solo nos decía: A ver que me vais a traer esta vez”.

El público está emocionado. La historia de un amor no correspondido hace saltar algunas lágrimas entre los sensibles, sirve de excusa a las parejas de novios para hacer arrumacos en la oscuridad y mueve la nostalgia de quienes, ya entrados en años, recuerdan sus primeros escarceos de juventud. Claro que siempre están los que no se enteran de nada...

Los menos avispados siempre recurrían al experimentado José Seijas, encargado de la cámara de proyección, para que les aclarase lo que se les antojaban tramas incomprensibles: “Había gente que no entendía bien, que no asimilaba. Y decía: Pues no me gusta nada esta película. Les explicabas un poco el argumento y enseguida decían: Vaya, ahora sí que me gusta”. Pero no era esto lo más llamativo. A algunas gentes del rural, poco acostumbradas aún a las imágenes en movimiento, eso del cine les parecía cosa de brujas. “Había un señor de Bemantes que si en una película aparecía un tren o un avión iba a mirar detrás de la pantalla a ver de donde había salido”, recuerda Seijas.

Algo no marcha bien. El rollo se ha atascado y la pantalla se queda en blanco. Silbidos y pataleos inundan la sala. Los gritos se dirigen contra el proyeccionista. “¡A ver, ese técnico, que no se ve nada!” José Seijas procede con habilidad y rapidez. Los últimos rollos no los han mandado en muy buenas condiciones. No es culpa suya que se atasquen, pero con unos rápidos ajustes las magia vuelve a la sala...
Las películas las mandaba una casa de Coruña a través del coche que llevaba la leche. No había otro medio de transporte. “Llegaba una cada semana, la mayoría eran películas españolas y había alguna americana que casi siempre era la gran novedad. Por una película buena había que traer cinco corrientes”, explica Seijas. Cada filmación estaba constituida por al menos media docena rollos que se vendían a 10 reales cada 300 metros.

La palabra FIN aparece grabada en letras blancas, tapando el último beso de dos amantes que, por fin, se reencuentran. El público comienza a abandonar sus asientos, algunos permanecen unos minutos escuchando la música que acompaña a los títulos de crédito. Los socios del Cine Radio respiran aliviados. Ahora empieza la diversión para ellos.

Habitualmente el cine sólo funcionaba los fines de semana y se proyectaban dos sesiones, una los sábados por la noche y otra los domingos por la tarde, pero los días de feria eran diferentes. Había programa doble y el público acudía en masa a disfrutar de los últimos estrenos. Para los socios del Cine Barrio se multiplicaban los ingresos, pero también el trabajo, especialmente el 19 de marzo, la festividad patronal de Vilarmaior. “Ese día hacíamos hasta cuatro sesiones. No se paraba de trabajar, comíamos y cenábamos a las cuatro de la mañana”. Claro que nunca falta un soplo de aire fresco entre tanta fatiga. “Como los días de fiesta no podíamos ir al cine, José nos ponía una película para los camareros del bar”, explica Elisa.

En los últimos años muy poca gente se acercaba a la vieja sala. José ya no estaba de operador, lo había dejado hacía tiempo. La TV llegaba con fuerza y el cine, por el que había que pagar, aunque sólo fueran tres pesetas, empezó a perder interés. Poco a poco el viejo Cine Radio fue agonizando hasta que en 1970 protagonizó su último drama. “No volví más a una sala de cine desde que se cerró. Sólo fui a ver Titánic, que era mucha cosa”, revela José Seijas con un poco de timidez, como si hubiera traicionado a un viejo amigo. En este reencuentro fugaz el proyeccionista quedó impresionado por lo que habían cambiado las cosas. “En lo que a calidad se refiere las películas de ahora son mucho mejores. El sonido y la imagen no tienen comparación”. Pero por lo demás nada interrumpió su exilio voluntario de las grandes salas. “Quedé cansado, fueron muchos años, pero cuando echan en la tele una de las que yo ponía, no me la pierdo. Así me tiene más gracia”.

Del antiguo Cine Radio hoy sólo quedan algunas filas de butacas, con la madera carcomida y llena de polvo, una pantalla hecha jirones y ese viejo proyector que cada día parece más deteriorado. Pero entre las reliquias del pasado, sobreviven aún los recuerdos de un tiempo en el que ver una película al abrigo de un cine de pueblo constituía casi un acto de fé.

Las Cruzadas Infantiles


Uno de los episodios más llamativos y espectaculares de tráfico de pesonas documentados en la historia de la humanidad son las Cruzadas Infantiles, que tuvieron lugar en la plenitud de la Edad Media, una época en la que se conjugaban la pobreza con la crisis de valores por la que atravesaba la sociedad. En el año 1212 dos expediciones conformadas por más de 50.000 niños partieron respectivamente de Francia y Alemania hacia Jerusalén. Les movía la idea de que su fe infantil les haría triunfar allí donde los mayores habían fracasado. La historia reúne todos los ingredientes de la literatura fantástica y, de hecho, existen novelas y cómics que relatan los acontecimientos narrados. Sólo por esta vía han llegado al gran público pues, ya sea porque no daban una imagen muy positiva de la Iglesia católica, o porque resultaban poco comunes y pintorescos, fueron relegados a meras notas a pié de página en los libros de historia, en vez de otorgárseles la importancia que merecían.

En el año 1212 la Iglesia Católica atravesaba uno de sus peores momentos. En los años anteiores cuatro Cruzadas habían partido hacia Jerusalén y las cuatro se habían saldado con el más estrepitoso fracaso. Sin embargo el papado, tal vez animado por las espectativas que había creado la toma de Constantinopla bajo poder Occidental en 1204, no cejaba en su empeño de llamar a los católicos de liberar Jerusalén. El historiador medievalista Runciman señala que durante los últimos quince años habían recorrido Europa predicadores que apremiaban a una Cruzada contra los musulmanes de Oriente o de España o los herejes del Langedoc. Otros autores estudiaron el tema señalan que aún estaba latente la fuerte impronta que en el siglo XI causaron las predicaciones de Pedro el Ermitaño.

En las inmediaciones de Colonia un grupo de personas, instigadas por la predicación de un niño llamado Nicolás, comenzaron a peregrinar hacia el Rhin. Decían que Dios les había ordenado liberar Jerusalén. Este movimiento tiene su paralelo en Francia, donde un joven pastor llamado Esteban, comenzó también a llamar a la Cruzada. Afirmaba que Cristo se le había aparecido bajo la forma de un pobre peregrino. Cronológicamente la expedición alemana precede a la francesa, pues su origen se sitúa entre la Pascua y Pentecostés de 1212.
“Miles de pueri abandonaron súbitamente sus hogares y se dirigieron hacia el Sur con el propósito de llegar a Jerusalén”, dice Peter Raedts. No hay indicios de que nadie les obligara a tomar esta decisión. De hecho las fuentes apuntan que los niños se lanzaron a la empresa incluso contra las directrices de sus padres. Cuando les preguntaban que les había conducido a esta descabellada idea, pues años antes un gran ejército dirigido por reyes y duques había intentado en vano el mismo objetivo, contestaban que seguían “la voluntad de Dios”. Diversas fuentes identifican al niño Nicolás como líder del movimiento. Joahannes de Codagnelus relata que el pequeño tuvo una visión en la que se le había aparecido un ángel. El supuesto mensajero divino le dijo que él y sus seguidores estaban destinados a liberar el Santo Sepulcro y que Dios, al igual que había hecho con los israelitas, dividiría el mar para que pudieran llegar a Tierra Santa “sin mojar los pies”.
Los Cruzados se dirigieron desde Colonia hacia el Sur, siguiendo el curso del Rhin. Está registrado su paso por Sepeyer, sobre el 25 de julio, y posteriormente por Alsacia, donde su llegada debió causar gran expectación, a juzgar por el extraordinario número de crónicas y ‘Annales’ que los mencionan. “Allí por donde pasaban los cruzados eran recibidos con entusiasmo y los lugareños les ofrecían bebida y comida”, dicen las crónicas. Tras descansar unos días reanudaron la marcha hacia Génova. Les movía tal entusiasmo que en algunas jornadas llegaron a cubrir 35 kilómetros al día El viaje debió de ser extenuante, pues se cuenta que muchos murieron a causa del calor, el hambre y la sed, antes incluso de haber llegado a los Alpes.
Orgelius Palis, cronista de la ciudad de Génova, notifica el 25 de agosto, que sobre 7000 mujeres y niños llegaron a la ciudad. “Todos llevaban cruces, objetos de peregrinos y bultos de equipaje”, indica el escribano. Es aquí donde se descalabra la Cruzada de los Niños. Al no abrise el mar tal como les habían prometido muchos partieron al día siguiente, desilusionados. Algunos fueron hacia Marsella y otros a Roma. En este último emplazamiento, el cronista Marbach refiere con sádica satisfacción: “Finalmente comprendieron lo estúpidos que habían sido, ya que ninguno consiguió la exención de la promesa de Cruzada”. Pero no todos habían perdido la esperanza. La Gesta Treveroum informa de que un gran grupo se dirigió al puerto de Brindisi para seguir la expedición en barco. El Obispo les había prohibido embarcar porque sospechaba que el padre de Nicolás tenía la intención de venderlos a los infieles, pero desoyeron sus palabras. Como se temía el prelado unos días más tarde serían capturados por piratas, que los vendieron a los Sarracenos. Era el trágico final de sus sueños infantiles.
Miles de niños partieron hacia Italia pero muy pocos volvieron. “Aquellos que se habían acostumbrado a atravesar las tierras en hordas y multitudes, siempre cantando a los cielos, regresaban ahora silenciosos, descalzos y consumidos por el hambre, tontos a los ojos de todos”, señala el cronista Marbach.
Las diferentes crónicas que relatan estos hechos no se ponen de acuerdo sobre el destino que corrió Nicolás. Así, mientras unas aseguran que murió en Brindisi y que, poco después, su padre se suicidó en Colonia, otras afirman que volvió a tomar la cruz en 1217 para luchar contra los Infieles en Acre y el cerco de Damietta.

Regreso a la 'Casa do Demo'



' A Casa do Demo' es el nombre con el que se conoce a una modesta vivienda campesina de la aldea coruñesa de Anllóns, que fue abandonada por sus habitantes tras ocurrir en ella fenómenos para los que aún hoy no encontramos explicación. Si nos atenemos a las informaciones sobre casas encantadas que han trascendido hasta la fecha, estaríamos ante uno de los primeros poltergeists documentados en la historia de España.

Los hechos, que se convirtieron en leyenda, se remontan a los últimos meses de 1899, si bien fue en mayo de 1900 cuando se hicieron públicos y notorios para toda una cormarca. Una anciana de nombre Juliana Rodríguez, y su nieta, María Cundíns, necesitaron del auxilio de los vecinos y la intercesión de la Iglesia para librarse de los fenómenos que acontecían en su morada. Los misteriosos sucesos habían empezado a producirse pocos meses después de que falleciera el marido de la anciana.

Fenómenos inexplicables
El párroco de San Félix de Anllóns, Juan Antonio Cambarro, fue el primero en conocer los sorprendentes sucesos por boca de la propia Juliana, que luego él mismo describe con todo lujo de detalles en una carta en la que relataba su experiencia al periodista del Eco de Santiago Prudencio Landín. Recuerda Combarro como a principios de febrero de 1900 Juliana había venido a la rectoral para que le hiciese el aniversario a su marido, José García Pérez. Nada habría de sorprendente en esta petición de no ser por las razones que aducía para que el acto religioso se hiciese cuando antes. “Tenía el temor de que ese descuido fuese la causa de las mil vejaciones que venia sufriendo en su persona y domicilio, lo que no había dicho antes por temor a que su buen nombre quedara en descrédito.

En la misiva queda patente el escepticismo inicial del clérigo: “Como era natural yo principié a reputar su narración por cuentos de viejas, teniendo yo prevención contra tales narraciones y en casi la totalidad de los casos suposiciones de alucinados”. Pero no tardó en cambiar de opinión cuando, movido por la insistencia, acudió a bendecir la vivienda, comprobando con sus propios ojos como se las gastaban los supuestos espíritus. “De repente cae ante mis ojos una piedrecita con suave proyección al suelo; algo me alarmó y avivó mi diligencia para examinar la posibilidad de una causa natural.

No se hizo esperar mucho la caída de otra piedra en condiciones que me hizo dudar en forma. Muy pronto cae a mi lado un pilón de una romanan y luego una mano de un paraguas, trastos abandonados que no se sabían que existieran en la casa. Para disipar mis dudas, se posan como unas seis o siete patatas con suave proyección que en una piedra a nivel apenas se esparramaron, siendo esféricas como se sabe y con toda evidencia quedé convencido que la cosa era prodigiosa y las narraciones de la anciana y mas vecinos eran verdad”.

Desde entonces Combarro ya no volvería a pisar la vivienda aquejado “por no se que temor”, aseguraba. Pero no queriendo dejar desamparadas a Juliana y su nieta emitió un informe dirigido al cardenal Arzobispo de Santiago Martín de Herrera, solicitando su intervención. La iglesia comenzaba a mover sus engranajes.

La noticia llega a la prensa
Los sucesos de la que pronto dieron en llamar A Casa Do Demo iban de boca en boca. En la comarca no se hablaba de otra cosa El Eco de Santiago, un diario Compostelano muy popular por aquellos años realizó extensas y descriptivas crónicas de los tormentos a los que eran sometidas casi a diario Juliana y su nieta. La primera noticia publicada por este rotativo aparecía el 19 de mayo de 1900: “A la anciana le tiraban del cabello, por la ropa, hasta rasgársela, la palmoteaban, la escupían…Los que presenciaban los efectos sólo veían el movimiento con fuerte tensión pero sin el agente. Muchos interesados en conocer al agente invisible, recogían las patatas, piedras, etc, y las marcaban. Sin verlas desaparecer volvían en seguida partidas en dos con el jugo fresco por la partidura. Se desprendía la tapa del horno para venir a golpear la espalda de la anciana, así como los tiestos, palos y otros objetos. Un día tanto se anduvo jugando con un tiesto que la anciana mandó que la nieta lo cerrara en la artesa, vuelve al juego dicho tiesto”. Todo sucedía según nos cuenta el corresponsal, ante los ojos de numerosos testigos. Algunos de ellos como el farmacéutico Severiano Mesías, o el juez municipal, “señor Mosquera”, son definidos en las crónicas como “personas digna de crédito fuera de toda sospecha” que no creían en estos fenómenos salvo con supercherías.

En los días siguientes a la publicación de la noticia, los sucesos se hicieron más intensos y frecuentes hasta alcanzar manifestaciones especialmente violentas. Tanto la anciana como su nieta, a quién la mayor parte del tiempo no parecieron afectar los hechos, eran ahora zarandeadas y arrastradas por los cabellos por una fuerza invisible que, al parecer, también las sometía a tocamientos y lo que aparentaba abusos sexuales: “Notará Ud. Que nada le dije a la niña, nunca se asustó porque a ella nada le hacían, pero le llegó su hora y fue palmoteada y apedreada y hasta con dos cuerdas con un lazo se las arrollaron a la garganta, hasta no dejarla gritar y zarandeándola por la cocina. De esto la niña estaba triste, llena de temor por lo que pudiera sucederle”, explica la crónica del cura.

Intervención eclesiástica
La notoriedad de los sucesos de Anllóns fue tanta que finalmente el cardenal Martín de Herrera decidió atender a las peticiones del párroco y nombró una comisión para que investigara lo que allí sucedia. También el notario de Ponteceso, Manuel Vázquez Amarelle, se desplazo hasta el lugar para levantar acta de lo sucedido. Combarro concluye que los sucesos dejaron de producirse cuando la anciana y su nieta abandonaron el lugar y fueron a vivir a “casas diferentes de familias honorables”. Los siguiente que se sabe de las involuntarias protagonistas es que la anciana murió pocos meses después y su nieta María Cundíns se fue a América con unos parientes. Su pista se pierde ahí.

Extraños inquilinos
Desde entonces la leyenda negra de A Casa Do Demo quedó grabada en la memoria de los vecinos de Anllóns. Los mas ancianos recuerdan que a pesar de que la soledad y abandono parecieron convertirse de en su estado natural, la vivienda no permaneció del todo deshabitada. Se cuenta que durante la guerra civil, los maquis pernoctaban en ella, pues al tener fama de lugar maldito les pareció segura para eludir los controles de la Guardia Civil.

Se habla también de un hombre de baja estatura, que vestía ropas de monje y llevaba colgados un amplio repertorio de medallas, estampas religiosas y escapularios, que fue acogido en la vivienda a principios de los años sesenta. Este inquietante ermitaño tuvo un final trágico acorde a la leyenda de la 'Cada do Demo', pues murió violentamente, atropellado por un automóvil cuando caminaba por la carretera. En tiempos mas recientes los niños del lugar, seguramente atraidos por las fantásticas historias  del pasado, adoptaron el inmueble como lugar para sus juegos, uno de los cuales consistía en escarlar los muros desde el interior para arrojarse sobre la paja almacenada en el solar. Al escuchar sus risas rebosantes de felicidad nadie se atrevería a pensar que el recinto en el que ahora se divierten fue considerado en otro tiempo un lugar maldito. 

Texto y Fotos: Jesús J. Blanco.